EL PLACER
Llevo mucho tiempo pintando los paisajes en los que vivo, sean estos los de todos los días o aquellos por los que paso ocasionalmente. Lo que he querido siempre es descubrirlos para revelárselos a los demás y compartirlos. Desde hace tiempo, también empecé a sentir que necesitaba que la pintura no fuera un deber, sino un espacio para la inocencia en el que poder jugar y sorprenderme. No contar nada concreto, no llamar la atención sobre ningún paisaje conocido. Aceptar que el estímulo puede llegar de cualquier parte y que si quiero poner amarillo o verde puedo hacerlo sin la obligación de la perspectiva; solo alto y ancho, color y textura. Jugar como cuando de niño, con una arquitectura de colores, construía supuestos edificios. Organizar, decidir y encontrar composiciones dictadas por la intuición ha ido convirtiéndose en una actividad lúdica, extraordinariamente agradable.
La textura del óleo me sigue resultando cálida y suntuosa. Puedo peinarlo, extenderlo con pinceles suaves o alisarlo con espátula para que parezca una lámina lujosa y casi siempre los hago de un tamaño que se pueda abrazar. A veces un marco viejo y en desuso me anima a pintar algo dentro de él para revitalizar su función y en ocasiones hay marcos que me gastan pequeñas bromas. Nunca hubiera pensado en trabajar con ellos, debido a su aspecto, pero me ha dado por colaborar y tratar de que se lleven bien con lo que les pinto dentro.
En cuanto a artistas que me han emocionado, son tantos, que sería imposible enumerarlos, pero lo cierto es que de vez en cuando, se me cuela alguno en lo que pinto y no me queda más remedio que rendirles un pequeño homenaje.
Un conjunto de cuadros es un espacio íntimo de libertad. En él me he dejo llevar por lo que me parezca un hallazgo, o una buena relación entre colores, o un tamaño adecuado. Es una forma hermosa de no ponerme obligaciones y pintar sin urgencia ni objetivos, con el placer de hacerlo lo mejor posible.